«En estos días», le dije a Rojo, «me parece que a cada momento, día y noche, podemos oír chirriar a los grillos.»
Caminando a lo largo del sendero de grava, yo veía la luz amarilla del sol y los chirridos de los grillos se combinaban hasta parecer una sola cosa !una bella música solar!! Y esta música solar era algo a través de lo que podíamos caminar...
«Pero a veces olvidaba escuchar a los grillos, y olvidaba sentir la luz del sol» Rojo me oía decir. «Mira, Rojo, a veces tengo pensamientos que me ponen triste...»
Por un segundo, un pensamiento triste cruzó por mi mente. Sin embargo,
enseguida recordé que la luz del sol mezclada con el chirrido de los grillos se convierte en algo muy alegre para acompañar el paseo, de modo que seguí caminando, sintiéndome bien de nuevo.
«Rojo», dije, «cuando queremos estar contentos, basta con que escuchemos a los grillos, y que salgamos a caminar de modo que el sol pueda juguetear en nuestras caras y brazos. Quizá si todo el tiempo prestásemos atención a los grillos y a los rayos del sol, nunca nos sentiríamos tristes. Rojo ¿por qué algunas veces nos olvidamos de escuchar a los grillos, y de notar lo alegres que son los rayos del sol a nuestro alrededor?»
Para ver lo que Rojo opinaba de todo esto, bajé la vista para observar la expresión de su rostro. Pero él no estaba ahí. Entonces me volví. Allá lejos, con su naríz hundida en la hierba, Rojo olfateaba el rastro de un ratón.
« No ha oído una sola palabra de lo que dije», murmuré para mis adentros.
«Sin embargo, al creer que me estaba escuchando fue que dije todo aquello acerca de los rayos de sol y los chirridos de los grillos, y eso me hizo sentir feliz. Sí, el Rojo es bueno para mí, aunque se limite a ser él mismo y no piense en mí para nada...»
Aguardé a que el Rojo me alcanzara. Quizá él no pudo comprender por qué me arrodillé para abrazarle cuando llegó a mi lado.