El casquito giraba formando un remolino en la superficie del estanque. Por supuesto, cuando el Rojo extendió su pata para tocar el remolino, éste se fragmentó y el casquito se deslizó hacia el centro del estanque.
Cuando la superficie del agua se aquietó nuevamente, volvió a reflejar el brillante cielo plateado. Al ver esto, me acordé del último invierno, cuando el estanque lucía brillante y plateado porque estaba cubierto de hielo. !Oh, el Rojo y yo recordábamos muy bien qué invierno tan duro fue ese!
De hecho, cuando llegó marzo y el estanque se desheló, no pudimos encontrar en él ni un solo pez. Todos habían muerto congelados...
Por eso fue que, una mañana de abril, el Rojo y yo nos dirigimos al lago
Tamán y cazamos una docena de hembras de gambusias preñadas. Las llevamos a casa en un frasco de conservas y luego las echamos a este estanque.
Y algún tiempo después, cada madre gambusia parió docenas de diminutos gambusias, y muy pronto estas crías se transformaron en adultos y procrearon sus propias crías. Ahora, cientos de gambusias jugaban en la superficie del agua. Ahora, las evoluciones de los gambusias rizaban la superficie del agua con toda clase de alegres burbujas y salpicaduras.
«Rojo», le dije, «los peces que echamos aquí en el mes de abril parecían perdidos y asustados. Pero ahora que llegó el verano ya saben que éste es su hogar, y se sienten felices. En marzo, este estanque era un sitio muy triste, pero ahora ha vuelto a ser alegre...»
Alla abajo, refrejado en la superficie del agua, el Rojo miró cómo yo me acercaba para abrazarle.
«Antes de que te encontrara, Rojo», murmuré, «yo era como este estanque en marzo. Pero ahora, te tengo a ti...»