«Malditas manzanas de junio», gruñí. «Manzanas de Junio... Junio...Junio...manzanasssss...»
Y seguí soñando hasta el siguiente despertar.
Pero el Rojo no dormía para nada. Más bien estaba preocupado pensando qué o quién hacía esos horribles ruidos. Gemía y arañaba la puerta mosquitero.
Casi siempre, me bastaba con una caricia o un gesto para comunicar al Rojo todo lo que él necesitaba saber. Sin embargo, aquella noche ni las manos ni los ojos podìan decir «Rojo, no son más que las manzanas de junio que caen sobre el tejado de zinc.»
Cuando se hizo de día, el Rojo y yo desayunamos en un sitio distinto al habitual. Mientras el sol secaba el rocío de las telarañas y de las briznas de hierba, comimos debajo del manzano, junto a la sombra del tractor. No pasó mucho tiempo para que sucediera lo que yo aguardaba.
!Bang!
Una manzana de junio cayó del arbol, rodó sobre el tejado de zinc y acabó cayendo al suelo ante los pies del Rojo.
En un instante el Rojo comprendió el qué y el cómo de la noche anterior. Me miró fijamente con una expresión divertida como diciendo «!Ah...ahora lo comprendo todo...!