Masticando hojas verdes, los saltamontes se encaramaban sobre todas las plantas. Los campos y las orillas de los caminos eran como ciudades de saltamontes demasiado populosas.
Todo alrededor los saltamontes saltaban en el aire, abanicaban sus brillantes alas negras y amarillas, y hacían ruidos crepitantes. Como pelotas de ping-pong enloquecidas brincaban sin importar adónde, a veces estrellándose en mis piernas, y en la panza del Rojo.
«!Grrr!» gruñía el Rojo cuando eso sucedía, y tiraba bocados a esos saltamontes como si fuesen tábanos que intentasen morderle.
Aquel día yo llevaba una pequeña radio en el bolsillo de la camisa. Mientras el cálido viento de la tarde soplaba entre los altas cañas de maíz en los sembrados a nuestro alrededor, y la música sonaba, los saltamontes eran como millares de palomitas de maíz tostadas brincando en torno nuestro. A veces, cuando sonaba una música más bonita y agitada, los chirriantes saltamontes giraban a nuestro alrededor como hojas de otoño, el Rojo brincaba en el aire, gruñía y tiraba bocados y yo... !yo me descubría a mí mismo bailando!
!Ah, aquel día el mundo entero deseaba bailar!