Lluvia

Grasshopper DancesAtravés del campo de frijoles, abalanzándose hacia nosotros como una cascada rugiente, la fantástica cortina blanca de la lluvia se desplomaba desde una nube oscura. Como cuando en un sueño algo enorme y terrible viene persiguiéndote, la lluvia nos daba alcance mientras corríamos hacia la casa.

«!Rojo, a casa!» ordenaba yo. Yo era demasiado lento para ganarle a la lluvia, pero quizá el Rojo sí podría.

Pero por supuesto, el Rojo se mantenía a mi lado.

Cuando el aire empezó a oler a ozono, y gruesas gotas espaciadas formaron cráteres de lodo en el polvo del camino, comprendmos que muy pronto el aguacero nos alcanzaría. Sí, esta lluvia nos bañaría empapándonos hasta los huesos. Al tioempo que los truenos retumbaban en nuestros oídos, los relámpagos empezaron a caer a nuestro alrededor.

«Rojo,» dije, «vamos a sentarnos al borde del camino. Estos relámpagos me asustan. Si  nos agachamos y nos mantenemos alejados de árboles altos o de postes de teléfono, no nos harán daño. Sentémonos aquí y dejemos que llueva...»

No había nada de malo en la tormenta. La lluvia era tibia y hacía que todo se refrescara. Un billón, muchos billones de gotas amistosas nos bañaban y cosquilleaban nuestras espaldas. Levantando la cara, dejé que las gotas de lluvia explorasen dentro de mis patillas. Las gotas rebotaban en los ojos del Rojo, haciéndole guiñarlos y sonreir.

Los rtelámpagos pararon antes de que lo hiciera la lluvia. Sin pensarlo dos veces, me levanté y contemplé los campos, y el Rojo, a mi lado, se enderezó sobre sus cuatro patas. Vimos oleadas de viento y lluvia  formando una juguetona tormenta. !Y cuán vivo parecía el mundo entero!

«!Lluvia,» grité, extendiendo mis brazos abiertos y riendo, «el Rojo y yo te damos las gracias!»

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