EL MAIZAL

The CornfieldComo dos insectos adormilados entre las altas hierbas, El Rojo y yo estábamos sentados en medio del maizal.

«Rojo», dije, «parece que estuviéramos en una hermosa catedral. Los rayos de sol que se filtran entre las hojas del maíz son como la luz que atraviesa los vitrales de colores.  Las hileras que forman los tallos del maíz, altos y rectos, son como las filas de bancas, y el viento que susurra entre las hojas es como el murmullo de mil personas cuando se arrodillan inclinando sus cabezas para rezar.»

El Rojo me lanzó una mirada que expresaba hasta qué punto le aburría
permanecer simplemente sentado en medio de un gran campo de maíz.

«!Ni se por qué te digo estas cosas!» exclamé. «¿Cómo podrías saber de qué estoy hablando si en tu vida no has visto una catedral?»

Me levanté sacudiendo el polvo de mis pantalones.

«Ay, ay», dije. «Rojo, he olvidado por dónde llegamos hasta aquí. El sol está justo sobre nuestras cabezas, de modo que no me sirve para saber de qué lado quedan el Este y el Oeste. Rojo !no sé qué camino tomar!»

Pero el Rojo no estaba nada preocupado. Ni siquiera parecía darse cuenta de que estábamos perdidos. Simplemente se puso en pie, sacudió el polvo de su pelambrera roja, olfateó el suelo y de inmediato halló el olor de nuestra huella. Entonces, me guió hacia nuestra casa sin ningún problema.

«Rojo,» dije mientras seguía sus pasos, «conozco muchas cosas que tú ignoras. Sin embargo, muy a menudo, eres tú quien debe guiarme...»

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